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Guerra hispano-estadounidense - La Generación del 98

El Desastre de Annual. Julio de 1921


Monte Arruit, repleto de cadáveres españoles

Annual, Marruecos, julio de 1921. Probablemente, la mayor catástrofe de la historia del Ejército español. Más de diez mil españoles quedaron muertos y despanzurrados en los campos del Riftras ser el Ejército del General Silvestre desarbolado por las harcas indígenas lideradas por el caudillo Abd El-Krim. Soldados y oficiales españoles se desbandaron, matándose entre sí en muchos casos para hacerse con un transporte con el que huir a Melilla. La mayoría cayeron en el intento. Los que quedaron heridos en el campo fuero hechos prisioneros o torturados hasta la muerte por las tribus rifeñas.
Escritores como Ramón J. Sender, testigo del denominado «desastre» contaron cómo las mujeres indígenas seguían a la retaguardia mora torturando y rematando a los españoles heridos. A muchos les arrancaron las muelas aún vivos para hacerse con el oro de fundas y empastes. A otros los abrieron en canal a golpe de gumía. Hoy pocos lo recuerdan, pero el episodio conmocionó a la sociedad de la época, que de mala gana mandaba a sus hijos a luchar a África. Hacer la «mili» allí era acudir a una guerra colonial, en una tierra árida y hostil que el periodista Manuel Leguineche ha descrito como de «de pita y esparto». La matanza fue tal que muchos historiadores la identifican como uno de los factores para explicar el fin del modelo de la Restauración. La rabia nacional cuando fueron conociéndose los detalles de la ignominiosa derrota socavó la legitimidad de aquel régimen.
La semilla de la tragedia se había sembrado durante la primera mitad del año. El comandante general de Melilla, Manuel Fernández Silvestre, un militar audaz y afectuoso con la tropa, avanza por el territorio rifeño. Pretende llegar a Alhucemas y dominar la zona española del protectorado marroquí siguiendo una política de mano dura con las tribus locales. Pero algo no va bien. Se cubre de manera muy endeble un frente muy extenso y complejo. Silvestre, testarudo y temerario, decide, pese a las advertencias, continuar el avance. A espaldas de su superior, el general Dámaso Berenguer, alto comisario de España en Marruecosprosigue el insensato despliegue de unos efectivos mal equipados, dispuestos y dirigidos.

En alpargatas

Calzados con unas rudimentarias abarcas, inadecuadas para moverse por aquel accidentado terreno, equipados con unos fusiles obsoletos y defectuosos, y mandados por unos oficiales más pendientes de encadenar permisos que de la guerra que estaban librando, los soldados españoles combaten la sed y la tensión en blocaos situados a pleno sol acechados por los guerreros nativos que desde los cerros colindantes contemplan la absurda operación hispana esperando su momento.
Ya en el mes de junio llega un primer aviso. Siguiendo órdenes de Silvestre, el comandante Villar avanza con cerca de 1.500 hombres hasta el mogote de Abarrán e instala allí un parapeto que quedará con una dotación de 26 artilleros y unos 250 soldados, 200 de ellos indígenas. En cuanto la columna de Villar, se retira del inhóspito paraje, las huestes de Abd El-Krim comienzan a tirotear la posición. Los españoles se afanan en contener a sus supuestos aliados indígenas, que se han pasado al enemigo, y en defenderse a cañonazos del ataque. La munición dura cuatro horas. Después los defensores son avasallados y pasados a cuchillo.
Es el anticipo de la masacre inminente. El siete de junio, las fuerzas del comandante Julio Benítez toman la posición de Igueriben. Por esas fechas, según relata el historiador Juan Pando Despierto, Berenguer informa al Gobierno de que «nada ofrece el Rif que pueda ocasionar la menor alarma ni inquietud». Los hechos demuestran pronto lo equivocado que está. El 17 de julio, Abd El-Krim lanza una sangrienta emboscada sobre el convoy de abastecimiento de la posición de Igueriben. A partir de ese momento, Benítez y los suyos quedan cercados. Sufrirán cuatro días de asedio, sin agua, y con el parapeto rodeado de cadáveres. «Los oficiales de Igueriben mueren, pero no se rinden», escribirá Benítez a unos jefes que no logran hacerle llegar auxilio. Silvestre asiste desesperado a la sangría que supone cada intento de romper el cerco.

Silvestre sale «con todo»

Encolerizado, harto de pedir en vano refuerzos a Berenguer, Silvestre le comunica el día 20 que la «humanidad y la dignidad» exigen auxiliar a Benítez e informa de que con tal propósito sale de Melilla «con todo». «Con todo» quiere decir que la plaza queda totalmente desguarnecida. Los habitantes de la ciudad verán partir casi todas las fuerzas que la custodiaban. Solo regresarán unos pocos errabundos, desechos y relatando entre delirios las atrocidades que están teniendo lugar extramuros de la ciudad. Los melillenses, que temen un inminente asalto rifeño, quedarán sumidos en un pánico que solo la llegada de los primeros efectivos de la Legión enviados desde la Península aplacará.
Tras la caída de Igueriben, en la que perecen Benítez y casi todos sus hombres, un Silvestre cada vez más desquiciado decide evacuar el campamento de Annual. En una retirada caótica y hostigada por un intenso fuego enemigo, oficiales y soldados huyen, algunos incluso se acuchillan entre sí por hacerse con un puesto en alguno de los camiones que a toda velocidad corren a Melilla. Los españoles se agolpan despavoridos por un terreno sobre el que no dejan de llover balas. Huyen y chillan, pero salvo ejemplares excepciones, no se defienden.
La mayoría murieron. También Silvestre, del que no se supo más. Aunque circularon diferentes versiones, lo más probable es que ante la debacle optara por pegarse un tiro. En Madrid, el Gobierno y el Rey Alfonso XIII suspenden sus vacaciones y se decreta el envío urgente de refuerzos a Melilla. Pero es tarde. La escabechina y el oprobio son ya irremediables.

Semana Trágica de Barcelona, cien años de una rebelión a sangre y fuego



Barcelona en llamas, durante la Semana Trágica de julio de 1909. | Á. Vivas
Barcelona en llamas, durante la Semana Trágica de julio de 1909. | Á. Vivas
26 de julio de 1909. Los trabajadores han convocado huelga general en Barcelona. Nada hace presagiar a primera hora de este lunes reivindicativo que una semana trágica acababa de comenzar. Sin embargo, al final de ese mismo día, concretamente a las 23.30 horas, un grupo de hombres y mujeres asalta e incendia el Patronato Obrero de San José en el Poblenou. Fue el primero de los 80 edificios religiosos-entre iglesias parroquiales, escuelas e instituciones benéficas- que aquellos días ardieron como una tea en la ciudad condal.
Se desató entonces una carrera de sangre y fuego que acabó también con la vida de 104 civiles, tres religiosos y unos cuantos (entre cuatro y ocho) militares y policías. La rebelión se sofocó y la amenaza que supuso para el orden establecido dio paso a una implacable maquinaria represiva, que recayó principalmente en el movimiento obrero.
No había sitio en las prisiones para albergar a los 3.000 detenidos, de los que más de 1.700 fueron procesados y 17 condenados a muerte. Fueron ejecutadas cinco personas, entre ellas Francesc Ferrer i Guàrdia al ser considerado arbitrariamente el principal responsable de la revuelta. Sin embargo, su muerte desencadenó una importante campaña de condenas internacionales que acabaría con el gobierno de Maura.
En vísperas del centenario de aquella revuelta que pasó a la Historia como Semana Trágica (Sangrienta, Triste, de Luto, Roja o Gloriosa para otros), se suceden las conferencias sobre el tema y varios libros coinciden en las librerías para hacer balance de aquel suceso. Así,Dolors Marín hace un retrato minucioso de los acontecimientos en 'La Semana Trágica' (La Esfera de los Libros); Francisco Bergasa se detiene en el fusilamiento del director de la Escuela Moderna en '¿Quién mató a Ferrer i Guardia?' (Aguilar) y Antoni Dalmau elabora una crónica que trata de explicar las causas, el desarrollo y el desenlace de aquellas jornadas en 'Siete días de furia' (Destino).
Además, Andreu Martín recorre los sucesos de aquel momento en Cataluña en la novela 'Barcelona trágica' (Ediciones B) y lo hace tomando como referencia a una familia de la alta burguesía barcelonesa, los Estrada, que reorganizan su negocio mientras en la calle se libra una auténtica guerra. En la misma editorial, se reedita también 'La Semana Trágica', un ensayo que Connelly Ullman publicó por primera vez en 1968 y que está considerado como uno de los trabajos más rigurosos de aquel acontecimiento histórico.

Ricos frente a pobres

Dolors Marín, doctora en Historia Contemporánea por la Universidad de Barcelona, trata de entender el porqué de aquellos sucesos: "En las calles se enfrentaron dos formas diferentes de entender la vida, la sociedad, el trabajo y hasta la guerra. De una parte, la burguesía, respaldada por la Iglesia católica y la monarquía borbónica, que apostaban por la industrialización; y de otra, las clases medias y los sectores más populares, organizados a partir de los pasos de la Internacional y de las asociaciones obreras, que buscan el camino del conocimiento".
La revuelta obrera de 1909, puntualiza Dolors Marín, no se centró únicamente en Barcelona, sino que en varias poblaciones cercanas se cortaron las vías férreas para impedir el paso de refuerzos policiales. ¿Por qué aquellos sucesos tuvieron tan escasa repercusión en el resto de España?, se pregunta. La respuesta está, a su juicio, en la desinformación, que "hizo creer que en Cataluña se había declarado una revuelta separatista, lo que evitó movimientos solidarios".
Dolors Marín, que dedica su libro a "los últimos maestros que en 1939 marcharon al exilio, se ocultaron o terminaron siendo fusilados", reserva una buena parte de su estudio a los hombres y mujeres que a principios de siglo, y desde las escuelas, contribuyeron a sacar a generaciones de españoles de la ignorancia, "la peor de las pobrezas". Y lo hace, no sólo para rescatar la innovadora labor de la Escuela Moderna, a cuyo frente estaba Ferrer i Guardia, sino porque considera que, para entender los hechos, hay que ahondar en la compleja historia social de Cataluña.
Desde luego, el caldo de cultivo de una Barcelona rica frente a una Barcelona pobre estaba servido: las jornadas de trabajo superaban las 12 ó 13 horas, no existía el descanso dominical, no había cobertura sanitaria... La Barcelona rica era la propietaria de las fábricas textiles y metalúrgicas, la que tiene todos los privilegios, la que controla la cultura y la enseñanza. La Barcelona pobre es la que trabaja y la que tiene que nutrir las fuerzas expedicionarias españolas con destino a la guerra del Rif, porque sólo se libraban los que podían pagar un canon de 6.000 reales (unos 1.500 euros de la época).

'Siete días de furia'

El escritor y profesor Antoni Dalmau, en su libro 'Siete días de furia', sitúa también el origen de la Semana Trágica en el impopular envío de tropas al conflicto bélico que explotó en Marruecos, dentro del entonces Protectorado español. 'Todo empieza con una revuelta popular espontánea. Las denominadas damas blancas, cuyos hijos no iban a la guerra, acuden a la despedida de los primeros reservistas catalanes, el 18 de julio de 1909, para animarles y hacerles entrega de escapularios, lo cual provoca la indignación de la población", afirma.
El sindicato Solidaritat Obrera organiza una huelga general para el lunes 26 de julio y, aunque ese día las manifestaciones fueron más o menos pacíficas, al día siguiente se tuvo noticia de la emboscada del Barranco del Lobo. Los reservistas que habían salido ocho días antes de Barcelona habían sufrido una matanza considerable junto al famoso monte Gurugú. Así que la movilización obrera se radicalizó y las calles del centro de Barcelona se convirtieron en un verdadero campo de batalla.Se queman los edificios religiosos, se profanan las tumbas de los conventos y las manifestaciones anticlericales se multiplican, si bien la revuelta carecía de líderes ni objetivos.
La represión fue implacable. A los miles de detenidos, centenares de procesados y cinco ajusticiados, se sumó la clausura fulminante de partidos, sindicatos y escuelas laicas. Pero la ejecución de Ferrer i Guardia fue un error no sólo jurídico sino político que el Gobierno Maura pagó caro. Lo convirtió en el último mártir de la Historia y los ecos de repulsa por su ejecución resonaron en medio mundo.

Conflictividad en la España contemporánea: algunos magnicidios y atentados


  Lee el siguiente artículo:


Con toda esta información, tenéis que diseñar una investigación judicial para esclarecer los hechos. Para ello:

1. Debéis elaborar una serie de preguntas (AQUÍ TENÉIS UN EJEMPLO) que le haríais a uno de los criminales relacionados con los atentados anteriores, así como las supuestas respuestas que ellos habrían dado (incluido los que murieron en el momento, caso de José Pardiñas).

2. Tenéis que describir el contexto político y socioeconómico en el que tuvo lugar el atentado analizado.


Se trata pues, de analizar el convulso contexto político de la Restauración

EL ASESINATO DE CANALEJAS EN LA PUERTA DEL SOL




«Han matado a Canalejas, ¡qué horror!». «¡Esto no es posible tolerarlo! ¡Así no puede vivir un pueblo!». «¡Pardiñas, qué infame! ¡Está bien muerto, pero debería morir mil veces!». El 12 de noviembre de 1912, hace hoy 100 años, Madrid y España entera se levantaban sobresaltados con la terrible noticia de que el presidente del Gobierno, José Canalejas, había sido asesinado a sangre fría por un anarquista en plena Puerta del Sol.
El «infame» asesinato del presidente Canalejas en plena Puerta del Sol
ABC
José Canalejas, en 1910
No fue el primero ni el último en la historia de España. Canalejas seguía la estela de Juan Prim, que fue acribillado en 1870 en una emboscada en la madrileña calle del Marqués de Cuba, y Cánovas del Castillo, que en 1897 fue disparado en la cabeza en el balneario de Santa Águeda de Mondragón. A estos, se sumarían más tarde los magnicidios del presidente Eduardo Dato, en 1921, y el de Carrero Blanco a manos de ETA, en 1973.
Todo ocurrió en la mañana de aquel funesto 12 de noviembre de 1912. En una época muy diferente en la que los presidentes se desplazaban andando por las calles sin levantar demasiado revuelo, Canalejas se dirigía a pie al Ministerio de la Gobernación para acudir al Consejo de Ministros, después de haber estado reunido con el Rey Alfonso XIII, en el Alcazar, y haber pasado por su domicilio en la calle Huertas.

En plena Puerta del Sol

A las 11.25, el presidente se detuvo frente a la librería San Martín, situada en la céntrica Puerta del Sol, esquina con la calle Carretas, a ojear algunos libros que había visto en el escaparate. «En aquel momento –contaba ABC al día siguiente–, un hombre de aspecto joven, que vestía zamarra clara, pantalón azul marino y que llevaba un sombrero flexible de color negro, se acercó al presidente y, casi apoyándose en su hombre, le hizo un disparo con una pistola Browning. El criminal hizo un segundo disparo, y al ver que el Sr. Canalejas ya había caído al suelo y que la gente se arremolinaba a su alrededor, trato de huir».
El «infame» asesinato del presidente Canalejas en plena Puerta del Sol
ABC
Librería San Martín en la que Canalejas fue asesinado
Según la autopsia, una de las balas penetró por debajo del oído derecho, atravesó el bulbo raquídeo y salió por el oído izquierdo, lo que llevó al presidente a echarse las manos a la cara antes de caer desplomado.
El asesino –un anarquista oscense de 26 años llamado Manuel Pardiñas– fue reducido a golpes por uno de los agentes que seguía al presidente a cierta distancia. Y cuando se percató de que no tenía escapatoria, se suicidó pegándose dos tiros en la cabeza. Cotaban los testigos que hizo una extraña pirueta, dio unos pasos y se derrumbó a unos cuatro metros de la acera.
Las únicas pertenencias que se le encontraron encima a Pardiñaseran el retrato de una mujer donde se leía «a mi inolvidable Manuel», un billete de 25 pesetas, un trozo del libro de Camile Flammarion«Astronomía Popular» y un ejemplar de ABC del día anterior.

Razones desconocidas

Nunca se aclararon del todo las razones que llevaron a este pintor, que había pasado largas temporadas en Buenos Aires, La Habana y Florida antes de regresar a España, a asesinar al presidente Canalejas.Y la prensa, que recogió el suceso con detalle, daba diferentes hipótesis.
El «infame» asesinato del presidente Canalejas en plena Puerta del Sol
ABC
Entierro de Canalejas
La principal aseguraba que se había comprometido con otros anarquistas a asesinar al Rey Alfonso XIII, pero que, mientras le esperaba, vio a Canalejas solo y aparentemente indefenso. Entonces, cambió de opinión. Otras crónicas cuentan que el presidente había comentado hacía poco a un grupo de amigos que temía sufrir un atentado. Si esto fuera cierto, es de suponer que disponía de información suficiente al respecto como para descartar un asesinato casual.
Su muerte generó una polémica de tan grande que, pocos meses después, aparecía un cortometraje semidocumental sobre el crimen («Asesinato y entierro de don José Canalejas», en el que aparecía por primera vez, a los 26 años, el actor Pepe Isbert) y un libro de Franco, bajo el seudónimo de «Jakim Boor», acusando a los masones.
El día de su entierro –una de las manifestaciones de duelo más grandes que se recuerdan en la historia de España–, ABC describía a José Canalejas como «un hombre bueno, fervoroso procurador de los humildes, indulgente con los extravíos populares, prudente y suave en las represiones, que había suprimido, de hecho, la pena de muerte, y pretendía borrarla del código, que ha sido asesinado alevosamente cuando caminaba indefenso y descuidado, amparándose en su notoria bondad».

ASESINATO Y ENTIERRO DE JOSÉ CANALEJAS




Synopsis: Una actualidad reconstruida, según era frecuente en los inicios del cine, del atentado anarquista contra el presidente del gobierno: José de Canalejas. La segunda parte --el duelo y el cortejo fúnebre- fue recogida por las cámaras de Enrique Blanco y José Gaspar, pero el atentado del anarquista Pardinas fue puesto en escena frente a la librería de la Puerta del Sol en la que el atentado había tenido lugar pocas horas antes.Director: Adelardo Fernández Arias
FUENTE: c) Filmoteca Espanola, Spain 1912

LA SEMANA TRÁGICA DE BARCELONA (1909)